Juan Carlos Ruiz Franco es profesor de Filosofía y experto en nutrición deportiva. Es el autor del libro Drogas Inteligentes y acaba de publicar Pioneros de la coca y la cocaína.
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-¿De qué hablamos cuando hablamos de inteligencia?
Es bastante difícil definir una palabra tan ampliamente utilizada, y que en realidad es un concepto muy general. Inteligencia es un término que no se refiere a una entidad concreta, ya que no hay nada en nuestro cerebro a lo que se le pueda dar ese nombre. Es un constructo teórico que hace referencia a la mejor o peor eficacia en la actividad de ciertas capacidades psíquicas, que a su vez tampoco están localizadas en sitios cerebrales específicos, sino que consisten en procesos neuronales que cada persona percibe subjetivamente como mentales.
-¿Entonces, cómo definirla?
Expresándolo en términos más sencillos y centrándonos en otro aspecto, inteligencia sería la capacidad de resolver aquellos problemas para los que no hay una solución conocida o inmediata, lo cual implica a su vez capacidades más simples, como por ejemplo la rapidez de acceso a los conocimientos almacenados en la memoria, la agilidad mental, la capacidad de cálculo, la capacidad de concentración, etc. Por tanto, “inteligencia” podría definirse como un concepto que integra capacidades cognitivas muy diversas. Precisamente esta dificultad para determinar el significado de este término, junto con el hecho de que se pueda aplicar a diferentes aspectos cognitivos -e incluso que haya otras capacidades no cognitivas, pero igualmente importantes- es lo que ha llevado a postular diversos tipos de inteligencia: lingüística, lógica, espacial, musical (cognitivas)... y emocional (no-cognitiva).
-¿Y puede un fármaco aumentar las capacidades cognitivas?
Hay fármacos, plantas, aminoácidos y nutrientes que, por su acción beneficiosa sobre determinados mecanismos fisiológicos o neuronales, permiten mejorar el rendimiento intelectual. El pensamiento es una función de nuestro cerebro, y mejorando las condiciones de éste podemos mejorar su funcionamiento, es evidente. Hay diversos procedimientos para conseguirlo, y ninguno de ellos puede considerarse directo, en el sentido de poder tomar una pastilla que beneficie directamente a una capacidad cognitiva; no es posible afinar tanto. Las diferentes formas de conseguirlo también dependen de cada individuo, y de ahí la importancia de
conocer la propia idiosincrasia y el efecto de tal o cual sustancia. Por ejemplo, una sustancia estimulante puede ser interesante para aquel a quien le beneficie una mayor activación orgánica, pero puede perjudicar a quien esa activación le genere ansiedad. Lo contrario sucedería si se tratara de una sustancia tranquilizante. Las sustancias que se acercan a lo que podemos considerar potenciadores cognitivos puros son las que tienen mayor probabilidad de éxito en la mayoría de los individuos porque no conllevan estimulación ni apaciguamiento, sino que consisten en la mejora de ciertos mecanismos neuronales, en los que normalmente está implicado el neurotransmisor acetilcolina. Es el caso del deanol o la citicolina.
-¿Estamos hablando de un fenómeno reciente? ¿Se ha hecho uso de sustancias a lo largo de la historia para rendir más intelectualmente?
El primer fármaco con propiedades nootrópicas fue la Hydergina, creada por Albert Hofmann, descubridor de la LSD, a mediados de los años cuarenta, por lo que antes de esa fecha sólo se disponía de sustancias naturales y de drogas psicoactivas tomadas con propósitos nootrópicos. Esto se ha hecho en todas las épocas y se sigue haciendo; por ejemplo, tomar café, hojas de coca o similares para estimular la mente, y con ello mejorar el rendimiento intelectual. Dicho sea de paso, los fármacos que se recetan para la hiperactividad mejoran el rendimiento porque son estimulantes cercanos a las anfetaminas: aumentan la concentración gracias a sus propiedades estimulantes, no porque sean específicos para la hiperactividad. De hecho, hasta hace poco se prescribían anfetaminas para este trastorno, y aún se utilizan varios fármacos de estas características, como por ejemplo el Adderall.
Pasando a la otra parte de la pregunta, el consumo de drogas psicoactivas para aumentar la creatividad y la capacidad intelectual ha sido (y es) más común de lo que suele creer el público ajeno a esos ámbitos. Antes del siglo XX simplemente no existían las trabas legales, sociales y morales que surgen actualmente a la hora de tomar cualquier tipo de sustancia, sea cual sea el objetivo, que puede ser inventar historias originales para escribirlas, ver la realidad de otro modo para pintarla en un cuadro, tener una perspectiva mental distinta para dar una solución a un complicado problema científico o filosófico, etc. En realidad, antes del siglo XX lo extraño era encontrar intelectuales, escritores o artistas que no tomaran algún tipo u otro de droga, lo cual se consideraba normal. Quien hacía un uso prudente, en el marco de ausencia de persecución social y legal no solía tener problemas de salud. Quien se excedía, como siempre ha sucedido y seguirá sucediendo, pagaba las consecuencias. Si nos remontamos al nacimiento del pensamiento racional, a la cultura griega clásica, los artistas, filósofos y científicos de aquella época eran verdaderos expertos en sustancias psicoactivas. Sólo la aparición del cristianismo supuso el primer golpe para la libertad farmacológica; mucho más tarde, el inicio del siglo XX, con el reciente resurgimiento del puritanismo, la aparición de totalitarismos y estatismos de distinto signo, y la entrada en escena de los intereses comerciales de las multinacionales farmacéuticas para las que las drogas psicoactivas son el mayor competidor- marcó el punto de partida de la prohibición, y con ella el agravamiento de los problemas derivados del abuso, que antes eran mucho menos frecuentes.
-Pongamos el ejemplo de dos personas que, con el mismo coeficiente intelectual, se presentan a un mismo examen... ¿Tendrá ventaja el alumno que esté tomando un nootrópico?
Sí, sin duda. A igualdad de condiciones, la persona que ha tomado un nootrópico durante varias semanas habrá gozado de algunas mejoras en el funcionamiento de su cerebro que le habrán permitido estudiar con más intensidad y durante más tiempo, así como asimilar mejor los conocimientos. En el transcurso del examen –o de cualquier prueba de carácter intelectual-, si tiene las capacidades potenciadas de alguna forma, también rendirá mejor.
-¿Debería plantearse un límite a la toma de fármacos para mejorar el rendimiento cerebral? Parece que estemos hablando de doping mental…
Soy de la opinión de que los límites debe marcarlos cada individuo para sí mismo, siempre
que no se perjudique a nadie. Lo contrario es la intromisión del estado (o de otro ente colectivo) en un ámbito que por naturaleza no le pertenece. Como bien dice el anónimo contemporáneo que reproduce Escohotado al comienzo de su libro Aprendiendo de las drogas, “de la piel para dentro empieza mi exclusiva jurisdicción. Elijo yo aquello que puede o no cruzar esa frontera.
Soy un estado soberano, y las lindes de mi piel me resultan mucho más sagradas que los confines políticos de cualquier país”. Es algo que cae por su propio peso, y defender lo contrario es defender algún tipo de totalitarismo, que en su manifestación más blanda se nos muestra como ese estado que parece querer protegernos de nosotros mismos, el estado-pastor del que hablaban Foucault y Savater, o el papá-estado que se cita en otros sitios. Me parece lógico y adecuado que cada persona desee obtener lo mejor de sí misma en el ámbito que ella desee, siempre que no dañe a otros. Y no creo que se necesite ser transhumanista ni nada parecido para defender esta postura.
-¿Por qué cree que ál hombre le seduce la idea de aumentar sus capacidades cognitivas? No parece que a más inteligencia más felicidad…
Porque el hombre es hombre precisamente gracias a su afán de autosuperación: forma parte de su esencia. Si en un momento determinado de la evolución no hubieran aparecido (por mutaciones genéticas azarosas y selección natural) unos seres que, aunque eran físicamente débiles y poco veloces, tenían una inteligencia superior al resto de los animales y conciencia de sí mismos, nosotros no estaríamos aquí. Si esos mismos seres no hubieran utilizado su inteligencia y no la hubieran potenciado para sobrevivir (y esto ya no depende del azar genético, sino de la propia voluntad), tampoco estaríamos aquí para contarlo. Entrando ya en la historia, si no hubiera existido una cultura como la griega, que tenía tiempo y ganas de investigar, de hacerse preguntas, de superar lo inmediato, lo que sólo sirve para el día a día; si aquellos extraños hombres de esas pequeñas ciudades no hubieran querido ser más cultos y más inteligentes, en la actualidad no existiría la civilización occidental tal como la conocemos. No querer explotar las cualidades individuales, no querer aprender, no querer ser más inteligentes, me parece negar lo que somos, renunciar a nuestra esencia de homo sapiens.
El tema de la relación entre la inteligencia (o la sabiduría) y la felicidad depende del punto de partida de cada uno, de su opción ética y de sus valores, que unos eligen y otros se limitan a tomar del entorno. Aquel que sólo piensa en los placeres más groseros e inmediatos concede poco valor a la sabiduría. Lo mismo puede decirse de quien pasa la vida dichosamente integrado en un grupo del que toma sus creencias y su estilo de vida, y que por consiguiente no reflexiona para tomar la mejor decisión personal en los momentos en que es necesario elegir, porque prefiere tomar caminos ya marcados por la colectividad, caminos ya trillados. Sin embargo, quien quiere crear sus propios valores, tomar decisiones por sí mismo y no caer en el gregarismo, no tiene más remedio que utilizar su inteligencia y su formación cultural e intentar llevarlas al máximo, alcanzar la verdadera sabiduría. No son muchos los que pueden y quieren mantenerse en esa cuerda floja que consiste en ir creando su propia vida sin plegarse a lo marcado por el entorno, pero los que así lo desean no tienen otra salida que potenciar sus facultades todo lo posible; se trata de un componente esencial de su felicidad. Diría incluso más: los grandes sabios griegos afirmaban que la sabiduría (que para ellos incluía un componente teórico y otro práctico) quivale a la felicidad. En el lado opuesto están aquellos para quienes la inteligencia, la cultura y la sabiduría no sirven de nada porque su vida consiste en la aceptación de lo dado y en no plantearse preguntas, es decir, en acatar la realidad impuesta por otros.